martes, 23 de junio de 2009
Maratón alpino madrileño 2009
Antes de nada hay que darle la enhorabuena porque corre, corre bien y además con cabeza.
También escribe, escribe bien y además con cabeza.
En Cercedilla nos encontramos los tres maratonguadalajaristas, Valentín, Miguel y yo.
Miguel, con su ojo, aún algo afectado, pero seguro que en vías de recuperación, tomó la salida, camino del Alto del Telégrafo, media hora más tarde que los del MAM, pero siguiéndonos la estela de los 8 primeros km. Hizo una carrera rápida, según se ve en su clasificación
Valentín y yo fuimos juntos hasta que encontré a la vera del camino un servicio de caballeros muy apañadito. A partir de ahí nuestros caminos se cruzaron en dos ocasiones por motivos distintos.
Él, primero, por su compañera ampolla. Después yo por la mía, la pájara.
Historia de una pájara:
Yo había oido hablar de ellas en las grandes vueltas ciclistas, y que afectaban a los corredores de primera linea y a los del paquete. Pero era algo ajeno a mi, como los grandes premios de la lotería. Siempre les toca a otros.
Esta vez me ha tocado el gordo. La MAM se iba desarrollando según lo previsto. Incluso me encontraba eufórico porque llevaba 30 km a buen ritmo y creía que tenía reservas para afrontar el resto de la carrera con garantías. Yolanda Santiuste me dijo en una ocasión que había que llegar al inicio de Cabezas, sobrado...
¡Qué equivocado estaba yo en esos momentos!
No llevaba más de 200m de subida por el tubo de Cabezas de Hierro cuando de repente noté que pisaba donde no quería y no siempre hacia adelante. Pensé en un mareo transitorio debido al esfuerzo. Pero ¡qué va!, me bajaron las pulsaciones a 80 por minuto, la respiración a ritmo de una siesta veraniega y la cabeza la tenía como con la chispa que dan media docena de botellines de cerveza.
¡Era una pájara!. Me senté, con la verguenza del que hace algo malo y los demás le están mirando. Dos minutos más tarde emprendí de nuevo la marcha cuesta arriba. ¡Uf! imposible. No conté más de veinte pasitos minúsculos y me senté en otra piedra. Gracias a Dios había muchas, muchas piedras. Quizás no había descansado lo suficiente en la primera paradiña.
Algunos de los corredores que pasaban a mi lado me ofrecián ayuda y se interesaban por mi estado, Valentín también, y medió ánimo diciéndome que en cuanto coronase Cabeza le pillaría cuesta abajo. Cuando se acabaron mis reservas de agua y glucosa empecé a aceptar las que me ofrecían y las que ya sin complejos pedía abiertamente.
Me levantaba, andaba diez, quince metros y me tenía que sentar de nuevo. Así hasta un total de diez o doce veces. Agradezco la ayuda de tanta gente buena que te encuentras en esos montes.
Llegó un momento que, entre vómitos, mareos y desánimo pensé en que la única forma de salir de allí sería en helicóptero.
Veía por un lado el puerto de Cotos, pero muy lejano; pensé en retorceder hasta allí pero no me sentía con fuerza para ello. Por el otro lado, trepando por la pared de Cabeza unos cuatrocientos metros, llegaría al siguiente avituallamiento. Opté por Cabeza y así aprendí cómo se siente un montañero a pocos metros de la cima del Everest con el alma vacía y extenuado el cuerpo.
Poco a poco y tras 45 minutos de apagón energético resucité de nuevo y llegué a la cima en un estado mucho mejor que como comencé la subida. A partir de ahí y sin hacer alardes me metí poco a poco en carrera y mi primer pensamiento fue que tenía que terminar la maratón. Ya había abandonado en una ocasión esta carrera hace años y me planteé que el éxito no residía en el tiempo, sino en el sencillo protocolo de cruzar la linea de meta.
Pero la ambición humana no tiene límites y al llegar a La Bola del Mundo vi que llevaba seis horas de carrera y no sé por qué orgullo escondido decidí que llegaría a meta en menos de siete horas.
En la bajada hacia el puerto de Navacerrada recibí un beso de mi hija Elena y los ánimos de Cristina, que me acompañaron unos metros, algo más abajo escuché los gritos de ánimo de Marisol y de álguien más, que no acerté a reconocer (más tarde vi que se trataba de Javier). Sin prisas, sin pausas, con calambres aleatorios hasta en los párpados seguí el desceno por el camino hasta Cercedilla.
No diré que iba bien, pero sí que fuí plenamente consciente de todas las sensaciones que se atropellaron en mi cabeza en el momento de cruzar la meta. Espero que no se me olviden, porque pertenecen a una experiencia adquirida con mucho, mucho esfuerzo.
Y... sí, bajé de siete horas. Clasificaciones
Album de Picasa con más detalles
lunes, 8 de junio de 2009
IX media maratón del Ocejón
150 corredores y entre ellos unos pocos amigos del Maratón Guadalajara nos encontramos en la era de Robleluengo.
Hubo dudas en la organización de acortar, o no, la carrera hasta Peña Bernarda. La niebla, los 3ºC en la cima y la humedad de las lajas de pizarra ayudaron a tomar la decisión de eliminar la subida final al Ocejón.
Personalmente me hubiera gustado llegar arriba y correr entre la gayuba, pero bueno, el recorrido sigue siendo excepcional y se disfruta de cada metro de carrera.
La jara y los robles adornan suficientemente el camino y lo hacen ideal para ser recorrido.
La carrera tiene tres partes bien diferenciadas. Desde Robleluengo, pasando por Majaelrayo y hasta el km 6, en el segundo avituallamiento, donde nos encontramos un perfil suave que permiter correr a un buen ritmo.
A partir de ahí empieza la subida continua hasta la Peña Bernarda, zigzagueando entre robles. La parte más dura, que sería desde aquí hasta la cima, esta vez nos la han perdonado.
Desde Peña Bernarda comienza la bajada a tumba abierta hasta Majaelrayo. Hay que bajar con suficiente cabeza, porque al llegar al llano, los cuádriceps ya no responden y las piernas tiemblan.
Desde Majaelrayo a Robleluengo el camino aún recuerda nuestras pisadas, cuando aún íbamos frescos y aunque ya vemos la meta a lo lejos, se nos hace durísimo. Llevamos mucho cansancio acumulado.
Al llegar a meta nos espera una calurosa acogida, una ducha fría y un trofeo artesanal para todos los sufridos corredores.
Las fotografías con mayor resolución están en:
http://picasaweb.google.es/rmaraton/Ocejon2009#
lunes, 1 de junio de 2009
La cacera del acueducto segoviano
Una vez todos dispuestos nos hemos dirigido en el
menor número posible de coches al comienzo de
la excursión, Revenga.
Desde allí nos hemos adentrado en cuestión
de minutos al entorno que queríamos, bosque
y monte.
Enseguida el pantano de Puente Alta nos ha
mostrado sus aguas y nos ha incitado ha disparar
unas fotos contra él.
Una vez que alcanzamos el cauce del río Frío ha
sido fácil encontrar el destino de nuestra marcha: el origen de la Cacera del Acueducto segoviano.
He dicho fácil, pero no cómodo, pues se nos ha
presentado algún paso comprometido, como
saltar pequeños cauces de agua, que nos ha
permitido desarrollar nuestras facultades
atléticas. ¡Que las tenemos! ¿Quién lo duda?
Bueno, llegados al decantador, origen de la cacera, nos hemos sentado en la yerba, yerba frescate y nos hemos refrescado el gargaberate, como dicen los del Nuevo Mester.
El decantador impide que las arenas del río fluyan por la conducción del agua hasta el acueducto.
El retorno hasta Revenga ha sido mayormente siguiendo la cacera, lo que nos ha proporcionado una pendiente de bajada muy suave en todo momento. Estos romanos no eran tan tontos como piensa Axterix.
¿Cómo ha terminado la jornada? Pues… como no podía ser de otra manera, en el bar de la asociación San Antonio de la Estación de El Espinar.
Judiones, ensaladas, merluzas y filetes han clausurado la jornada de la mejor forma posible y con muy buen gusto.
Las fotografías están ubicadas en:
http://picasaweb.google.es/rmaraton/LaCacera2009#