Este sábado, 5 de Junio se ha celebrado de nuevo la carrera del Ocejón.
Este año, el organizador, Fernando Barbero, posiblemente ha querido evitar que las nubes bajas mañaneras impidieran que llegáramos a la cima, como había ocurrido en los últimos años.
Así pues, en esta ocasión hemos comenzado la carrera a las cinco y media de la tarde; hora taurina para ser lidiados como verdaderos Miura, en el Ocejón.
La temperatura según mis observaciones era a esa hora de veintiocho grados, y aunque las nubes tamizaban un poquito los rayos del sol, éste nos dio el primer puyazo.
Se han lidiado, como todos los años ciento cincuenta corredores de diversas procedencias. Doce de ellos del acreditado club maratón Guadalajara, del que lamentablemente no hemos podido contar con la presencia anunciada de dos de sus máximas figuras en estas lides, Sandra y Joaquín, que por indisposiciones temporales se han quedado en sus respectivas dehesas en espera de mejoría; que todos esperamos sea pronta y total : "Integra reparatio"
La primera parte, desde Robleluengo hasta Majaelrayo discurre por una senda estrecha pero sin dificultades, en la que todos mantenemos la posición de salida porque apenas hay zona para adelantar. Esta parte es como salir al ruedo y dar una vuelta de reconocimiento, para darnos cuenta de que no hay esquinas donde mear y que no que queda más remedio que terminar la faena.
Pasado Majaelrayo corremos hacia el sur unos tres km. por un camino ancho donde más o menos ya se definen las posiciones para el resto de la carrera. Este tramo, sin apenas sombra y en el que se va más rápido, porque aún vamos con Vigor, nos da el segundo puyazo. El tramo en cuestión acaba en una curva a izquierdas, donde está colocado el primer avituallamiento.
A partir de este punto comienza la subida, que sin apenas descansos nos dirige hasta la peña Bernarda. Ya no corremos con Vigor, éste nos ha abandonado en las primeras rampas y el sonido más intenso que apreciamos es el de nuestra respiración agitada y la de los que nos acompañan en la subida. Gracias a Dios, en este tramo, que vamos ganando altura, se nota el aire un poquito más fresco y alcanzamos la sombra apetecible de robledales.
Todos sabemos que en peña Bernarda tenemos otro avituallamiento y lo tomamos como si fuera una meta importante, como si ahí acabara la cosa. La verdad es que los trescientos metros antes de alcanzarlo, a mi personalmente, se me hacen durísimos.
Pero luego, en la praderita idílica, se ve la mesa con bebida y comida que parece como si a partir de ahí empezara otra carrera. Siguiendo con el símil taurino, es como cambiar de tercio. Pero siempre a peor porque ahí empiezan las rampas más duras, donde el camino deja ser una veredita agradable para convertirse en un rompe-piernas despiadado.
Ahí nos encontramos con las pendientes más fuertes que nos obligan a apoyarnos en nuestras rodillas y a llevar la cara pocos decímetros del suelo, o sea que vamos humillando y recibiendo banderillazos hasta que podemos ver un poco el cielo al llegar al collado Perdices donde se llanea un poco e incluso se desciende unos metros hasta alcanzar una planicie inclinada con una serie de caminos de cantos sueltos que nos acercan al último paredón pétreo del Ocejón.
Este tramo, un tanto suave de pendiente y cubierto en su mayor parte de Gayuba nos da la oportunidad de cruzarnos con los miembros más rápidos de la manada que ya alcanzaron la cima unos cuantos minutos antes y que nos generan una envidia sana al ver que ya van cuesta abajo.
Todos nos cruzamos palabras: ánimo, máquina, hale, venga, ahí tú, ya queda poco…
En cuanto llegamos al último paredón, las lajas de pizarra convertidas en escaleras nos facilitan un poco el ascenso hasta la pelada cima donde nos esperan un nutrido grupo de montañeros y organizadores con unas botellas de agua que nos devuelve algo más de chispa para correr, y además la sensación de que a partir de ahí todo es bajada y alegría. ¡Craso error!
Ahora, es cuando vienen los resbalones, las torceduras de tobillos y los tramos que nos obligan a bajar descontrolados y sin manera humana de frenarnos, huy, huy, huy…
Hasta llegar de nuevo al collado Perdices hemos recuperado la respiración e incluso llegamos a correr unos momentos con Vigor, el que nos había abandonado en las primeras rampas. Pero…
Una rampa tan dura como lo fue de subida desde peña Bernarda a collado Perdices se convierte ahora, en bajada, en una incineradora de cuádriceps. No lo notamos, je, je que bien voy ahora, pero eso es lo piensa el toro cuando han dejado de ponerle las banderillas y está en la faena de muleta, poco a poco se va muriendo por dentro aunque todo parece más plácido; han bajado las pulsaciones y el ritmo de respiración, pero hay que darse cuenta de que vamos peleando contra la fuerza de gravedad que tiende a provocar en nosotros una caída libre.
Nos damos cuenta de ello en el momento en el que descendemos al llano, las piernas ya no responden y los cuádriceps no realizan su función ¿Qué pasa? Pero si hasta me tiemblan las canillas. Ya no hay solución, los tres últimos km. en llano se convierten en lo peor de la carrera.
Ni el último avituallamiento de Majaelrayo nos devuelve ni un poquito energía. Esta bajada sido como “un bajonazo”.
Menos mal que en todo el recorrido recibimos aplausos y ánimos de montones de gentes de la zona y visitantes ocasionales que consiguen que la carrera se convierta en algo festivo y agradable.
Al contrario del triste fin del toro, cuando acabamos en la era de Robleluengo nos reciben con una alegría que nos da vida y media. Abrazos, sonrisas, felicitaciones, bebida, fruta y fotos.
En cuestión de segundos se nos olvidan las penas de la carrera (si es que se pueden llamar así)
En la era hay más ambiente que una tarde de San Isidro en las Ventas, y además la gente te recibe con mucho ánimo hayas hecho una faena rápida o no. En esta carrera no se premia la velocidad, sino el espíritu.
Después de una ducha refrescante (más bien congelante) los músculos vuelven a su situación inicial de relax.
En esta ocasión Fernando y resto de organizadores nos prepararon una cena restauradora amenizada con música en directo que nos dejó el regusto de una tarde-noche excepcionales.
Realmente da gusto pasar un día rodeado de gente haciendo lo que tanto nos une, la montaña la carrera y la amistad.
Todas las fotos se las ha currao Sole. Ha subido, ha bajado, ido y venido y además tiene que cargar conmigo el resto del tiempo ¡Es una crack!.
AQUÍ ESTÁN