domingo, 20 de marzo de 2011

El Pico del Lobo en estado salvaje

El jueves por la tarde me llamó Miguel para quedar el sábado con la idea de subir al Pico del Lobo. No sé porqué no me decidí automáticamente a aceptar la invitación, aunque mis fueros internos ya habían dicho sí.
El mismo Jueves por la noche ya le confirmé que acudiría y me adelantó que vendría también a foquear Jose Luis.
El viernes me preparé en Madrid la mochila con lo esencial y los esquíes, botas, etc...
Justo en el momento de salir de casa, camino de Guadalajara, la mochila saltó desde la puerta, donde ya estaba preparada, y se escondió en un rincón de mi habitación. ¡Condenada mochila! con lo bien preparadita que iba... Por lo visto no le interesó la aventura del sábado y prefirió descansar con todo su relleno, imprescidible para mi.

El viernes por la noche, ya en Guadalajara, al percatarme de su falta, puse en marcha el plan B; una mochila mala, avituallamiento inapropiado, las gafas que no debía de usar, etc.
¡Hice lo que pude!



Comenzó el día y vinieron a buscarme Miguel, Sandra y Jose Luis.
Los cuatro llegamos a la estación de la Pinilla creo que un poquillo antes de las diez.

Me sorprendió que hubiera caído esa noche una helada moderada. Ni AEMET ni yo la habíamos previsto y eso hizo que tuviéramos problemas ascendiendo, hasta tal punto que mis acompañantes se pusieron al final los crampones. Yo no me los puse porque se quedaron haciendo compañía a mi mochila. Pero bueno, solventé el problema con dignidad a base de clavar cantos con los esquíes y sin mirar hacia abajo, como ignorando que podía arrastrar el culo trescientos metros o más.








Una vez que alcanzamos el Pico del Lobo, descendimos hacia el sur por una cresta llamada La Cuerda de las Mesas por la que no me hubiera imaginado pasar yo por ahí con esquíes.






Ascendimos de nuevo a 2219 m y comenzamos una bajada por la cara norte de la que me acordaré toda mi vida. Era nieve dura, con un desnivel de 270 m hasta el cauce de un arroyo.
Desde ahí comenzamos a subir de nuevo hasta las crestas desde la que se domina la estación de la Pinilla. A todo esto, Sandra iba con sus crampones o raquetas, según el caso y ni si quiera la alcanzaba en las bajadas. Qué agilidad y qué fuerza ¡Dios mio!





Una vez en la cuerda de La Pinilla ví como, primero Miguel y luego Jose Luis y Sandra se tiraban al vacío por un tubo, como si de paracaidismo se tratara. Yo, que soy un poco más reservón me fui a buscar otra bajada más a la medida de mis miedos. Pero sólo conseguí ponerme nervioso y en mi soledad tuve que elegir practicar paracaidismo, pero por una bajada diáfana, sin precipicios. Aunque tenía pedientes del 45%.




Ahí tuve un momento de vanagloria, cuando después de hacer una bajada muy digna llegé a una pista de la estación y me dí cuenta que un grupo de esquiadores me observaba, no se si esperando una caída mia o simplemente disfrutaban de el estilo característico que me ha dado Dios.
A Partir de ahí, a 1950 m de altura, la bajada la hice por pista, con la nieve cada vez más sopa, hasta la urbanización de la estación.
Cuando recogimos los trastos, nos fuimos a Cerezo de Abajo, nos tomamos unas tapas que nos supieron a gloria y... caminito de Guadalajara con la satisfacción del deber cumplido.

Este año estoy haciendo un entrenamiento pobre pensando en la maratón de Madrid y tengo que llegar a la conclusión de saber en qué medida este tipo de ejercicio de subir foqueando a los montes y bajar con los cuádriceps femorales a punto de estallar puede servir como mejora en mi entrenamiento. La respuesta... en un mes.
Todas las fotos:


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